Campana, 29 de junio de 2010
En el día de hoy se celebra en toda la diócesis la Solemnidad de San Pedro y San Pablo. Suplicamos al Señor que la catolicidad, ese “signo de Pentecostés” sea afirmado en nuestra Iglesia particular. Pedimos a los sacerdotes, religiosos, religiosas, fieles laicos que oren en especial por nuestro Papa Benedicto XVI, para que el Señor Jesucristo lo fortalezca y guíe siempre en su misión, como fundamento visible de unidad (Cf. Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 23).
El Sr. Obispo Mons. Oscar Sarlinga celebrará la misa en el Colegio “San Pablo” de la ciudad de Zárate, con el alumnado, profesores, maestros y padres y madres de familia; acompañado por Mons. Edgardo Galuppo, vicario general (y representante legal del Colegio) y Mons. Ariel Pérez (cura párroco, y capellán del mismo Colegio). En el día de su patronazgo, recordamos hoy en la oración a nuestro Seminario diocesano, “San Pedro y San Pablo”, donde se forman nuestros seminaristas, a la parroquia de Nuestra Señora de Luján y los Santos Apóstoles Pedro y Pablo (de la ciudad de Campana, erigida en 2008, en el Año Paulino Jubilar) y a la capilla de San Pedro Apóstol (en el barrio de Villanueva, de la ciudad de Campana) y también al mencionado colegio "San Pablo" de la ciudad de Zárate.
Al término de la celebración eucarística, el Obispo Mons. Oscar Sarlinga junto con los sacerdotes descendieron al hall de ingreso del edificio del colegio "San Pablo", donde, en el espíritu de los festejos del Bicentenario de nuestra patria, fue bendecida y entronizada una imagen réplica de la Virgen de Luján, patrona de la Argentina y patrona de la diócesis de Zárate-Campana.
La solemnidad de hoy nos trae a reflexión sobre el misterio de la Iglesia:
“La fiesta de San Pedro y San Pablo, apóstoles, es una grata memoria de los grandes testigos de Jesucristo y, a la vez, una solemne confesión de fe en la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Ante todo es una fiesta de la catolicidad. El signo de Pentecostés ―la nueva comunidad que habla en todas las lenguas y une a todos los pueblos en un único pueblo, en una familia de Dios― se ha hecho realidad. Nuestra asamblea litúrgica, en la que se encuentran reunidos obispos procedentes de todas las partes del mundo, personas de numerosas culturas y naciones, es una imagen de la familia de la Iglesia extendida por toda la tierra. Los extranjeros se han convertido en amigos; superando todos los confines, nos reconocemos hermanos. Así se ha cumplido la misión de san Pablo, que estaba convencido de ser "ministro de Cristo Jesús para con los gentiles, ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios, para que la ofrenda de los gentiles, consagrada por el Espíritu Santo, agrade a Dios" (Rm 15, 16). La finalidad de la misión es una humanidad transformada en una glorificación viva de Dios, el culto verdadero que Dios espera: este es el sentido más profundo de la catolicidad, una catolicidad que ya nos ha sido donada y hacia la cual, sin embargo, debemos avanzar siempre de nuevo. Catolicidad no sólo expresa una dimensión horizontal, la reunión de muchas personas en la unidad; también entraña una dimensión vertical: sólo dirigiendo nuestra mirada a Dios, sólo abriéndonos a él, podemos llegar a ser realmente uno. Como san Pablo, también san Pedro vino a Roma, a la ciudad a donde confluían todos los pueblos y que, precisamente por eso, podía convertirse, antes que cualquier otra, en manifestación de la universalidad del Evangelio. Al emprender el viaje de Jerusalén a Roma, ciertamente sabía que lo guiaban las palabras de los profetas, la fe y la oración de Israel. En efecto, la misión hacia todo el mundo también forma parte del anuncio de la antigua alianza: el pueblo de Israel estaba destinado a ser luz de las naciones. El gran salmo de la Pasión, el salmo 21, cuyo primer versículo "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" pronunció Jesús en la cruz, terminaba con la visión: "Volverán al Señor de todos los confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos" (Sal 21, 28). Cuando san Pedro y san Pablo vinieron a Roma, el Señor, que había iniciado ese salmo en la cruz, había resucitado; ahora se debía anunciar a todos los pueblos esa victoria de Dios, cumpliendo así la promesa con la que concluía el Salmo. Catolicidad significa universalidad, multiplicidad que se transforma en unidad; unidad que, a pesar de todo, sigue siendo multiplicidad. Las palabras de san Pablo sobre la universalidad de la Iglesia nos han explicado que de esta unidad forma parte la capacidad de los pueblos de superarse a sí mismos para mirar hacia el único Dios. El fundador de la teología católica, san Ireneo de Lyon, en el siglo II, expresó de un modo muy hermoso este vínculo entre catolicidad y unidad: "la Iglesia recibió esta predicación y esta fe, y, extendida por toda la tierra, con esmero la custodia como si habitara en una sola familia. Conserva una misma fe, como si tuviese una sola alma y un solo corazón, y la predica, enseña y transmite con una misma voz, como si no tuviese sino una sola boca. Ciertamente, son diversas las lenguas, según las diversas regiones, pero la fuerza de la tradición es una y la misma. Las Iglesias de Alemania no creen de manera diversa, ni transmiten otra doctrina diferente de la que predican las de España, las de Francia, o las del Oriente, como las de Egipto o Libia, así como tampoco las Iglesias constituidas en el centro del mundo; sino que, así como el sol, que es una criatura de Dios, es uno y el mismo en todo el mundo, así también la luz de la predicación de la verdad brilla en todas partes e ilumina a todos los seres humanos que quieren venir al conocimiento de la verdad" (Adversus haereses, I, 10, 2). La unidad de los hombres en su multiplicidad ha sido posible porque Dios, el único Dios del cielo y de la tierra, se nos manifestó; porque la verdad esencial sobre nuestra vida, sobre nuestro origen y nuestro destino, se hizo visible cuando él se nos manifestó y en Jesucristo nos hizo ver su rostro, se nos reveló a sí mismo. Esta verdad sobre la esencia de nuestro ser, sobre nuestra vida y nuestra muerte, verdad que Dios hizo visible, nos une y nos convierte en hermanos. Catolicidad y unidad van juntas. Y la unidad tiene un contenido: la fe que los Apóstoles nos transmitieron de parte de Cristo”
(Extracto de la Homilía del Santo Padre Benedicto XVI durante la celebración eucarística en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, Miércoles 29 de junio de 2005)