Iglesia de Santa Florentina (Campana)DIÓCESIS DE ZÁRATE-CAMPANASábado 15 de agosto de 2009
Sres. Vicarios, Mons. Galuppo, vicario generalMons. Santiago Herrera, pro-vicario general y Rector del Seminario «San Pedro y San Pablo»Sr. Cura párroco, Pbro. Hugo Lovatto, queridos sacerdotes de esta diócesis, y aquéllos que han venido de la diócesis de Mercedes-Luján, entre los cuales el vicario general Mons. Jorge Bruno,Querida familia de Agustín, papá, mamá, hermanos, familiares, amigos todos,Queridos diáconos, entre los cuales Óscar Fuenmayor, que ha venido desde Venezuela, su patria; Religiosos, religiosas, muy queridos seminaristas, hermanos y hermanas todos.
¡BIENAVENTURADA!
Queremos cumplir una vez más la profecía de la misma Santísima Virgen, que acabamos de proclamar en el Evangelio de hoy, en el día de su Asunción, y la llamamos de corazón: ¡Bienaventurada!, porque Bienaventurada la llamarán todas las generaciones.
Bienaventurada es también hoy la Madre Iglesia, que se alegra por este nuevo sacerdote al que ordena el Sucesor de los Apóstoles, a los pies de María de Luján, y con la protección del Glorioso Patriarca San José.
IEN ESTE RENOVADO CENÁCULO
Este Año Sacerdotal que ha convocado el Santo Padre Benedicto XVI es el cuadro ideal para nuestra meditación sobre el sacerdocio ministerial que hoy recibe nuestro hermano Agustín Villa.
Por obra del Espíritu que «nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo», nos encontramos en un renovado Cenáculo, como en la tarde de su Pasión, cuando el Señor oró por sus discípulos reunidos entorno a Él. Jesús, en esa tarde, miraba al mismo tiempo que a sus discípulos que allí estaban, a la comunidad de los discípulos de todos los tiempos, de todos los siglos, a «aquéllos que –según su palabra- creerán en mí, mediante la palabra de ellos» (Jn 17, 20). En su mirada de Hijo de Dios, nos veía en el Espíritu Santo a nosotros, lo veía también a Agustín, veía cómo calarían esas palabras en el futuro de la Iglesia apenas naciente. Sí, en su disposición al sacrificio de la Cruz, Él nos veía a nosotros, que estamos aquí, y oró por nosotros: “Conságralos en la verdad. Tu palabra es verdad. Como tú me has mandado a mí en el mundo, también yo los he mandado a ellos; por ellos me consagro, para que sean ellos también consagrados en la verdad” (17, 17ss).
Qué consuelo tan grande es saber que Jesús mismo, el Hijo del Dios viviente, oró por la santificación de quienes hoy aquí estamos, por nuestra misión, siendo Él, «el Santo de Dios», como lo confesó Pedro, en la hora decisiva de Cafarnaúm (cfr Jn v 6, 69). Cuando Simón Pedro hizo su confesión de fe, Jesús lo llamó (a Simón) «Piedra», «Roca», siendo que el mismo Jesús es la Roca firme, como dice el libro de los Hechos: "Este Jesús es la piedra … no hay otro nombre en el cual somos salvados" (Hech 4,11-12). Porque, si estamos aquí, es porque creemos que el único nombre que da salvación es el suyo. En el nombre de Cristo, como Apóstoles, como discípulos, recibimos nosotros un «nombre nuevo», a la manera de Pedro, en el sentido de una nueva misión, la de actuar en Nombre de Jesús, de tal modo, que nuestro «yo», lejos de quedar inmanente, pasa a ser relativo siempre al «Yo» de Jesús, que así nos plenifica y nos envía. ¿Para qué?. Para sanar a los hermanos, para ayudar a los «enfermos» (en todos los sentidos válidos del término) a levantarse y retomar camino (como en el libro de los Hechos, 4,10), para amar a los pobres, para construir civilización del Amor, justa y solidaria.
En esta vocación y elección, no importa tanto cuánto hubiéramos sido apreciados o rechazados humanamente por los demás, aquí no cuenta tanto (aunque no deja de tener su influencia en nuestras vidas, es claro). Lo más importante, lo verdaderamente trascendente, es que el mismo Dios nos construye sobre la «Piedra» que rechazaron los arquitectos, que llegó a ser la Piedra Angular" (Cf Sal 117[118],22). Jesús, el Amado, el que también fue rechazado por tantos, fue Amado consustancialmente por el Eterno Padre, y eso es lo que importa, lo que trasciende: El Padre lo puso como fundamento del Templo de la Nueva Alianza. Y lo hizo a través de su Cruz. Así, querido Agustín, experimentarás en tu vida la Cruz, y sólo a través de ella serás útil para la construcción de la Iglesia. Abrazála como «Cruz Pascual», con la certeza de la Resurrección ya cumplida, del Triunfo de Cristo ya ganado. Recuerdo una hermosa carta que me envió el entonces Cardenal Eduardo Pironio, de respuesta a un saludo. En su humildad, el Cardenal tuvo a bien trazarme, en brevísimas líneas, un programa de vida: «tendrás siempre la Cruz; es la Cruz Pascual, abrazála siempre en el ministerio sacerdotal». Hoy, en la inmediatez de recibir el orden sagrado, te lo digo para que la abraces siempre con alegría sacerdotal.
Te pido que ames especialmente a esta Iglesia particular, la diócesis de Zárate-Campana, que ya te acogió cuando fuiste incardinado en tu ordenación diaconal, por imposición de manos y oración consecratoria de un servidor, en la Basílica de San Salvatore in Lauro, en Roma, al término de tu formación en la Urbe, en el Collegio “Sedes Sapientiae” y en la Universidad de la Santa Cruz. Gracias a tus Formadores de Roma, a los sacerdotes colaboradores, a tus compañeros. Tus hermanos de esta, nuestra querida diócesis, también han rezado por ti, y te esperaban con especial afecto, unánime el fervor de los sacerdotes, los religiosos, el pueblo fiel, que pidieron también la oración de los enfermos y los sufrientes. Unánime la alegría de los fieles de esta parroquia de Santa Florentina, sede de la primera iglesia catedral de la diócesis. Han sido muchas voces que se elevaron para rezar, con una sola oración en el corazón, como lo dice San Agustín, tu patrono, «en la diversidad de las lenguas de carne, está la única lengua en la fe del corazón»(1). Te espera aquí el apostolado como vicario parroquial, y como cooperador de la Delegación Diocesana de Pastoral de Juventud, que trabaja especialmente unida a la Delegación de las Misiones, por la «Misión Joven» con que procuramos reactualizar la nueva evangelización en el discipulado, para que nuestro pueblo tenga vida en Cristo, y la tenga en abundancia.
A tu querida familia, aquí presente, la amarás más que nunca. El cuarto mandamiento no sólo «obliga», es fuente de vida y bendición. Que tus padres, tus hermanos, tus familiares todos, más que nunca tengan en el sacerdote una fuente de renovada alegría, de bendición, de dar gracias al Padre de quien procede toda bondad. Es hoy, también la consagración del Amor con que ellos te concibieron, te tuvieron, te criaron, te educaron, te amaron hasta el sacrificio. Poné en la Eucaristía de hoy la intención especialísima por ellos, y nosotros también lo hacemos.
II LA VIRGEN «MADRE DE LA IGLESIA» ASUNTA A LOS CIELOS
La Iglesia recurrió desde un principio a la intercesión validísima de Aquélla que es «la Madre». Me refiero a María, a la cual elevamos nuestra oración, en este día fausto de su Asunción a los Cielos, que la providencia ha querido que sea el de la ordenación sacerdotal.
Ella, María, no lo olvidemos nunca, como lo dice el Obispo y Doctor San Ireneo, «llegó a ser causa de salvación para todo el género humano»(2), por eso es nuestra Madre, la Madre de la Iglesia Católica, en la cual «subsiste la Iglesia de Cristo»(3) . Durante la celebración del Concilio Ecuménico Vaticano II, entre el aplauso de los Padres y del orbe católico, el recordado Papa Pablo VI proclamó a María, «Madre de la Iglesia», confirmando solemnemente una verdad de antiquísima tradición(4), porque, como ya lo decía San Anselmo, Obispo: «Cuál es la más alta dignidad que se pueda pensar, que Tú seas madre de aquéllos, de los cuales Cristo se digna de ser padre y hermano? (5).
Esos hijos y hermanos somos nosotros, y esta imagen de la Virgen que nos acompaña junto al altar, en su advocación de Nuestra Señora de Luján, nos recuerda el patronazgo de esta Madre que jamás nos soltará de la mano, como no soltó nunca a la Iglesia, aún en medio de persecuciones y de sufrimientos. Los cristianos de siempre han acudido a ella: «Khaire, María», «Alégrate...» como reza un graffito de cerca del año 300, en caracteres griegos, hallado en una excavación donde ahora surge la Basílica de la Anunciación, en Nazaret. Y en un papiro que data de más de 1.700 años, se lee la hermosa oración de una comunidad cristiana perseguida, que acude a María: «Sub tuum praesidium…» «Bajo tu amparo nos refugiamos, Santa Madre de Dios…» oración que rezamos hasta la actualidad, oración que muestra que María es nuestro amparo.
Días atrás, nuestro Papa Benedicto XVI meditó sobre la relación que existe entre la Virgen María y los presbíteros, en el marco del Año Sacerdotal. La Madre de Dios, dijo el Pontífice, es el modelo perfecto para la existencia de los sacerdotes(6), porque, en el sacrificio de Cristo, sacerdocio y Encarnación van juntos “y María está en el centro de este misterio”. Como desde la Cruz el Señor Jesús deja a María como Madre de todos los hombres en la persona del Apóstol Juan, prosiguió el Papa, y él "desde ese momento la recibió en su casa", así vemos que esta acción "significa introducir la presencia de la Virgen en el dinamismo de la entera y propia existencia –no es una cosa exterior– y en todo constituye el horizonte del propio apostolado sacerdotal"(7). Deja entrar a María en el horizonte de tu existencia, profundamente, con gran confianza.
La Iglesia recurrió desde un principio a la intercesión validísima de Aquélla que es «la Madre». Me refiero a María, a la cual elevamos nuestra oración, en este día fausto de su Asunción a los Cielos, que la providencia ha querido que sea el de la ordenación sacerdotal.
Ella, María, no lo olvidemos nunca, como lo dice el Obispo y Doctor San Ireneo, «llegó a ser causa de salvación para todo el género humano»(2), por eso es nuestra Madre, la Madre de la Iglesia Católica, en la cual «subsiste la Iglesia de Cristo»(3) . Durante la celebración del Concilio Ecuménico Vaticano II, entre el aplauso de los Padres y del orbe católico, el recordado Papa Pablo VI proclamó a María, «Madre de la Iglesia», confirmando solemnemente una verdad de antiquísima tradición(4), porque, como ya lo decía San Anselmo, Obispo: «Cuál es la más alta dignidad que se pueda pensar, que Tú seas madre de aquéllos, de los cuales Cristo se digna de ser padre y hermano? (5).
Esos hijos y hermanos somos nosotros, y esta imagen de la Virgen que nos acompaña junto al altar, en su advocación de Nuestra Señora de Luján, nos recuerda el patronazgo de esta Madre que jamás nos soltará de la mano, como no soltó nunca a la Iglesia, aún en medio de persecuciones y de sufrimientos. Los cristianos de siempre han acudido a ella: «Khaire, María», «Alégrate...» como reza un graffito de cerca del año 300, en caracteres griegos, hallado en una excavación donde ahora surge la Basílica de la Anunciación, en Nazaret. Y en un papiro que data de más de 1.700 años, se lee la hermosa oración de una comunidad cristiana perseguida, que acude a María: «Sub tuum praesidium…» «Bajo tu amparo nos refugiamos, Santa Madre de Dios…» oración que rezamos hasta la actualidad, oración que muestra que María es nuestro amparo.
Días atrás, nuestro Papa Benedicto XVI meditó sobre la relación que existe entre la Virgen María y los presbíteros, en el marco del Año Sacerdotal. La Madre de Dios, dijo el Pontífice, es el modelo perfecto para la existencia de los sacerdotes(6), porque, en el sacrificio de Cristo, sacerdocio y Encarnación van juntos “y María está en el centro de este misterio”. Como desde la Cruz el Señor Jesús deja a María como Madre de todos los hombres en la persona del Apóstol Juan, prosiguió el Papa, y él "desde ese momento la recibió en su casa", así vemos que esta acción "significa introducir la presencia de la Virgen en el dinamismo de la entera y propia existencia –no es una cosa exterior– y en todo constituye el horizonte del propio apostolado sacerdotal"(7). Deja entrar a María en el horizonte de tu existencia, profundamente, con gran confianza.
II LA INTERCESIÓN DE SAN AGUSTÍN, TU PATRONO
Querido hijo que serás ordenado sacerdote: que te proteja también hoy especialmente el Santo Obispo y Doctor, San Agustín. Hay una hermosa oración dirigida a él, pidiendo su intercesión para que nos ayude a redescubir la vida interior, algo tan necesario. En Efecto, en el discurso que tuvo en la iglesia de San Pietro in Cieldoro, en Pavía, en mayo de 1969, el Papa Pablo VI se refirió a San Agustín, y pronunció allí una oración, pidiendo al Santo su intercesión por nuestra vida interior, tantas veces atacada, como lo vemos en los acontecimientos de cada día. Te servirá para ser también, con humildad, «maestro de la vida interior», sobre todo de los jóvenes. Así reza:
“Agustín, no es acaso cierto que tú nos llamas a la vida interior?. Esa vida que nuestra educación moderna, toda proyectada sobre el mundo externo, hace languidecer, y casi hace caer en el aburrimiento?. Ya no sabemos recogernos en nosotros mismos, no sabemos más meditar, no sabemos más orar (…).
Querido hijo que serás ordenado sacerdote: que te proteja también hoy especialmente el Santo Obispo y Doctor, San Agustín. Hay una hermosa oración dirigida a él, pidiendo su intercesión para que nos ayude a redescubir la vida interior, algo tan necesario. En Efecto, en el discurso que tuvo en la iglesia de San Pietro in Cieldoro, en Pavía, en mayo de 1969, el Papa Pablo VI se refirió a San Agustín, y pronunció allí una oración, pidiendo al Santo su intercesión por nuestra vida interior, tantas veces atacada, como lo vemos en los acontecimientos de cada día. Te servirá para ser también, con humildad, «maestro de la vida interior», sobre todo de los jóvenes. Así reza:
“Agustín, no es acaso cierto que tú nos llamas a la vida interior?. Esa vida que nuestra educación moderna, toda proyectada sobre el mundo externo, hace languidecer, y casi hace caer en el aburrimiento?. Ya no sabemos recogernos en nosotros mismos, no sabemos más meditar, no sabemos más orar (…).
Si, luego, entramos en nuestro espíritu, pareciera que nos encerráramos dentro, perdiendo el sentido de la realidad exterior. Si, en cambio, quedamos fuera, perdemos el sentido y el gusto de las realidades interiores y de las verdades, que sólo la ventana de la vida interior nos descubre. No sabemos ya establecer la justa relación entre inmanencia y trascendencia; ya no sabemos hallar el sendero de la verdad y de la realidad a la vez, porque olvidado su punto de partida, que es la vida interior, y su punto de llegada, que es Dios mismo. Llámanos, oh San Agustín, hacia nosotros mismos; enséñanos el valor y la grandeza del reino interior (…)”(8).
Me pareció de una gran belleza y de gran valor de actualidad, dicha, como fue, en el hoy lejano 1969. Nuestro cristianismo necesita alimentarse de vida interior, del espíritu de oración, del realismo de la esperanza que no defrauda.
Por eso, querido hijo, el Señor Jesús, Pontífice de Nuestra Fe, quiere de ti un don total de tu vida, una participación sin reservas a su Pasión (Col. 1,24; Gal. 6,2), un estilo de dedicación (Cfr. Jn 13, 16 ss.) y de valentía (parrhesía apostólica) para toda la vida (Lc 12,32; Mt 10,28). Éste es el programa que te ofrece, con el don que hace en tu propio ser, en tu ordenación sacerdotal.
En el día de hoy, hora de Italia, el Papa Benedicto XVI ha ensalzado la figura de María como «Estrella que guía a la humanidad hacia Jesús, "Sol que brilla entre las tinieblas de la historia, y da la Esperanza y la Certeza del triunfo del Señor"»(9). Que sea para tu sacerdocio ministerial la Estrella del Alba, la Guía segura, el amparo y felicidad de tu corazón.
----1.SAN AGUSTÍN, Enarr. In Ps. 54, 11: PL 36, 636.2.SAN IRENEO, Adv. Haer., 3, 22: PG 7, 959.3.Cf CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, 8.4.SAN AGUSTÍN, De sa?ct. Virg., 6: PL 40, 399.5.SAN ANSELMO, Or., 47: PL 158, 945.6.Cf BENEDICTO XVI, Audiencia general, “María es modelo perfecto para sacerdotes”, Palacio de Castelgandolfo, 12 Ago de 2009.7.Cf Ibid.8.Oración (de la cual he extraído en esta homilía algunos párrafos) inspirada y querida por Pablo VI, el cual, devoto admirador y apasionado lector de San Agustín, puede considerarse a pleno título el inspirador de la iniciativa religioso-cultural de la Semana Agustiniana Pavese, la cual, desde 1969, se celebra anualmente en concordancia con la fiesta litúrgica del bautismo de San Agustín, el 24 de abril.9.BENEDICTO XVI, Angelus del 15 de agosto de 2009, desde Castelgandolfo. Con motivo de la celebración de la Asunción de la Virgen, el Papa Benedicto XVI ha oficiado el rezo del Ángelus desde su residencia en Castel Gandolfo.
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